Fe durante la tormenta

Rembrandt - The storm on the sea of Galilee

El miedo más fuerte no es tanto a la tormenta, sino a nosotros mismos… ¿tendremos la capacidad de resistir lo que venga, de superarlo? ¿estamos preparados para ello? Y si la inseguridad personal azota recio, todavía más se deja entrever la fe teórica y no práctica, la esperanza opaca, la caridad menguada… ¿Por qué? Porque la vida no se desarrolla sólo a nivel humano y psicológico, sino también espiritual: nos hace falta experimentar a Cristo profundamente.

No basta ir en la barca junto a Él, sino saber que vamos con Él. Es diferente ir nosotros acompañados de Cristo, que ir acompañando a Cristo. De lo primero brota el autoreferencialismo, la falta de libertad, los esquemas rígidos y poco abiertos al Espíritu; de lo segundo, el camino lo marca Él, nosotros sólo debemos caminar.

Por lo demás, en el lago, ¿cuál camino? Si en la tierra nos daría confianza que Cristo tuviera el camino presente, y así nosotros seguirlo con más seguridad, en el agua la barca va a la deriva, movida por la tormenta… ¡Pero vamos con Cristo!

¿Qué significa, pues, ir con Cristo? No ver el desenlace pero saber que será el mejor… Y de nuevo, nos hace eco la fe. Pero la fe como adhesión a Él, contraria a todo temor y amedrentamiento: se podrá estar hundiendo el barco, podrá Jesús estar dormido… la situación, objetivamente hablando, desesperante. Y es cierto, a veces, en momentos así, parecería que la fe se limita al plano subjetivo de actitudes interiores… pero no es así, pues quien tenga fe como un grano de mostaza moverá montañas. La dinámica de la fe engloba la realidad, la involucra e influye activamente en ella… ¿hasta dónde llega tu fe?

SÁBADO SANTO: LA AGONÍA DE LA ESPERA

la pieta'

¿Qué escribir de alguien que ha muerto? Es casi como si faltaran las palabras, y el dolor ahondara tanto, al punto de no saber qué pensar ni decir. Así es, un evento tan dramático sólo se logra ver mejor desde la perspectiva del tiempo, pues la muerte nos conmociona… ¿y si se trata de Jesucristo? La fe está presente, pero el sufrimiento de su pasión nadie lo quita; la esperanza vibra en nuestro interior, ¡pero la agonía de la espera quema el corazón!

Los apóstoles huyeron cuando Jesús más los necesitaba, y sólo quedaron ahí Juan y pocas mujeres, entre ellas María, su madre…

Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Clopás, y María Magdalena (Jn 19, 25).

Si la muerte de alguien conocido es dolorosa, ¿qué será la muerte del propio hijo? ¿No habrá resonado en su corazón aquel lejano mensaje del ángel, tan lleno de gozo por el nacimiento de Dios-con-nosotros, pero al mismo tiempo -presagiado por Simeón- como un corazón traspasado por siete espadas? ¿Significaba eso la muerte del Hijo de Dios? Ahora lo estaba viviendo y experimentando en carne propia, sin luz, sin consolación humana, desolada… y ahí la podemos ver esperando contra toda esperanza (Rm 4, 18), consolando a quienes Jesús le entregó como hijos, repitiendo una vez más el hágase en mí según tu palabra (Lc 1, 38).

Hoy es sábado, el segundo día sin Jesús… ¡y la entereza de María es admirable!


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